BORRACHA INVIDENTE,
CULPABLE Y LIBRE
Ese
nudo que se te forma en el estómago y te impide seguir comiendo.
Ese sudor frío que llega ante el pensamiento
de que nunca más vas a tocar sus labios.
Esa inquietud constante, ese cosquilleo en
los pies avisando de que como no te tranquilices y dejes de pensar, te va a dar
un ataque de ansiedad.
Esos recuerdos reincidentes, que aunque
sabes que te hacen mal, no dejas de evocar.
Esa impotencia de suponer que la culpa de
todo la tienes tú y ya no puedes hacer nada.
Esa rabia de que lo has intentado y de que no
ha servido de nada.
Esa tristeza constante ante el recuerdo,
ante sus últimas palabras que te perseguirán durante un tiempo indeterminado,
que oirás en una película, en una maldita serie, en cualquier parte y harán que
se te encoja el corazón y quieras morir.
Ese miedo a no encontrar quién te haga
vibrar como él lo hizo.
Esa sensación que hueles, que sientes, y que
permanecerá contigo desbordando tu lágrimas.
El desamor es terrible, te vuelve loca
cuando eres cuerda. Todas las lógicas aplastantes pasan a un segundo plano y
todo se convierte en una locura de la cual, cuando vuelves a estar sosegada, te
arrepientes de haber cometido. Algo, de lo que ya es tarde arrepentirse pues ya
está hecho.
Todavía es más frustrante cuando haces esas
gilipolleces con cierta edad. Se supone que eso es para adolescentes, para
niñatos que no saben nada de la vida, pero ¡qué mentira!, da igual la edad que
tengas, el amor no correspondido hace estragos, da igual tu edad, tu preferencia
sexual o tu raza.
Miras el teléfono mil veces por si te ha
mandado un mensaje y no lo has oído, te metes furtivamente en su Instagram para
ver si ha puesto alguna nueva publicación o para simplemente ver sus fotos. Una
fotos que tú tenías grabadas en tu móvil pero que has borrado en un acto de
rebeldía. Es ridículo, es idiota, pero
lo haces. Y lo haces sabiendo que te va a hacer daño, que cuando fijes tu
mirada en sus ojos un cuchillo atravesará tu corazón recordándote que esas
pupilas ya no volverán a ser tuyas como lo fueron una vez. Que sus labios ya no
tocarán tu boca nunca más y que su piel ya no rozará la tuya jamás. Ves con
impotencia, como él sigue con su vida y como su atención ya está fijada en otro
objetivo, y tú… no puedes pasar página. Ves cómo él te ha olvidado, te sientes morir
porque te gustaría que te echara de menos y no lo hace, y entonces te sientes
morir una vez más, te sientes como una imbécil habiendo alardeado un día de que
eso no te iba a suceder, que ya eras una mujer adulta y con experiencia.
¡A
quién querías engañar!
A ti, no hay otra respuesta. Te engañas a
ti. Porque en el corazón no manda nadie y el amor se instala cuando menos te lo
esperas. Tú, que decías que no querías nada serio, que solo iba a ser un
divertimento que no te iba a afectar. Pero luego llegan las caricias un poco
más cariñosas, las palabras envueltas en un filtro de amor, los gestos, las
miradas profundas, y cuando menos te lo esperas, eres adicta a esas sensaciones
tan distintas a las que has venido experimentando los meses anteriores con tu
amante de garrafón, donde los encuentros eran fríos, directos, sin miradas cómplices,
sin lentitud, donde todo era una sesión de sexo puro de quince minutos. En
cambio, de repente, te ves envuelta en los brazos de alguien que se deleita con
tu cuerpo, que te mira como si fueras el tesoro más preciado del mundo, que te
habla con palabras de amor y te coge las manos, te besa y te acaricia cuando
está dentro de ti. Cuando después de hacer el amor, te sigue mirando y te dice
lo maravillosa que eres y que quiere estar contigo siempre, que lleva meses
deseando ese momento y no quiere perderlo.
Tú, aunque te resistes, lo crees porque es
lo que deseas. Deseas a alguien que te venere, deseas ser especial y en ese
momento lo eres. Te dejas llevar por la seda que hay en sus palabras, por los
mensajes posteriores que te envía desde su casa, desde el trabajo, desde una
salida con sus amigos. Te echa de menos, piensa en ti, eso dice, lo demuestra,
siempre está dispuesto a verte cuando tú lo pides, y se vuelve a repetir todo
ese bucle de amor. Buenas palabras, buenos actos, sexo grandioso y más amor
posterior.
Y todo parece ideal hasta que un día te caes
de esa nube en la que has estado, y la hostia que te pegas, a parte de que no
te la esperas, duele mucho más porque no sabes ni por dónde te ha venido. Lo peor, te lo has buscado tú sola. Al no escuchar de su
boca las palabras que quieres oír, le acusas de querer dejarlo, de que nunca te
ha querido. Él lo niega, dice que no ha dejado nada, pero tú no le escuchas,
estás ciega, él te vuelve a decir que le encantas, que no sabe qué ocurre, pero
tú no le oyes, estás tan asustada porque te has dado cuenta de que estás
enamorada que un miedo irracional impide ver la realidad. La cagas, la cagas y
mucho. Él deja de hablarte, ya no sabe ni qué decir.
Pasan los días y no hay respuestas. Intentas
ponerte en contacto con él pero no responde. Cuando lo hace, dice que se ha
desilusionado, y tú incrédula, no puedes creer que todo se haya acabado por una pequeña discusión. Entonces, te das cuenta
de que la única que estás enamorada eres tú, de que él no lo está y de que todo
lo vivido ha sido un espejismo que tú has hecho real y te has creído como una
imbécil.
Quieres que te diga algo, que te explique
qué ha pasado, pero esa explicación no llega nunca. Le exiges entonces que te
diga que no te quiere, porque crees que así podrás cerrar este capítulo en tu
vida. Le exiges, lo consigues, logras que te lo diga, sin embargo, en el fondo
sabes que le has obligado y no te quedas satisfecha. No solucionas nada, solo
que todo empeore porque ahora encima sientes que ya no eres especial, sino que
eres una más del montón, una más con la que ha jugado a decir palabras de amor,
una más que le ha dedicado esas miradas que a ti te mataban, una más que ya ha
olvidado.
Siguen pasando los días y tienes momentos
para todo, ganas de llamarle de nuevo, ganas de llorar, ganas de ir para
arriba. Llamas a tus amigas para que te ayuden a sobrellevar todo esto. Algunas
se alarman de que en tan poco tiempo hayas podido sentir esto, otras no tanto
porque comprenden la fuerza que tiene el amor. Pero aun así te sientes sola,
porque la voz que quieres oír es la de él, el abrazo que te consuela tiene
nombre masculino.
Pides ayuda, no dejas de pedirla, pero sobre
todo intentas curarte, como sea. Hay días regulares, y luego están los malos.
Esos en los que no paras de llorar en todo el día y te preguntas que cuándo
pasará todo esto.
Borracha de desamor. Dolida, herida en lo
más profundo. No consigues olvidarle pese a que lo intentas todo, incluso herirle
a él, quedar por encima, borrar a la patética que le dijo que estaba enamorada
para reemplazarla por la irónica y dura, la que le decía que dónde iba ella con él. ¡por favor! ¿qué
dónde iba ir? Pues al fin del mundo idiota. Porque le amas y porque lo único
que querías hacer con esas palabras era salvar tu dignidad que tú misma habías
pisoteado.
Dicen que ‘él’ te rompe el corazón una vez y
los recuerdos mil veces. ¡Y qué verdad es esa! Es tan doloroso recordar sus
besos, sus caricias, sus palabras de amor.
Le quieres odiar, porque hacerlo te da
fuerzas, porque prefieres odiarle a excusarle. Él te odia, lo sabes. Las
palabras que le dijiste no las perdonará jamás, ese ‘dónde voy a ir yo contigo’ no lo olvidará. Es rencoroso, te odia.
Pero prefieres que te odie a que te tenga lástima. Prefieres que te odie a
parecerle patética. Lo único que quieres es ser feliz sola. No quieres a nadie
a tu lado. No quieres que te hagan daño porque eres una bomba. Eres demasiado
entregada, te das por completo y aunque al final todos quieren a alguien así a
su lado, no pueden dejar de hacer daño, y tú no quieres que te hagan daño. No te
lo mereces. No te merecías que él te hiciera daño. ¿Qué hiciste mal? Tener
miedo fue tu pecado. Tu reacción a ese miedo. Pero fue lo único, y al parecer,
eso fue suficiente.
Siguen pasando los días, las semanas, los
meses, tu cabeza se enfría pero no el corazón. Le sigues amando con la misma
intensidad, pero ahora la diferencia es que te das
cuenta de que la razón por la que no estáis juntos eres tú. Tus mensajes que le
confundían, tus oídos sordos a las palabras que él te decía. Te decía que te
quería, te decía que le encantabas tal y como eras, y tú…, tú no le escuchabas.
Querías oír las palabras mágicas: “te quiero”, no
te conformabas con menos, tergiversaste todo lo demás. Estuviste ciega, sorda,
rabiosa y dolida, una combinación mortal que arruinó lo que teníais. Ahora lo
sabes, lo reconoces, quieres pedirle perdón, porque él no era quien tenía que
darte explicaciones, sino tú. Tú eres la que tienes que darle una explicación,
decirle que fuiste tú la que lo jodió todo, que estabas tan descolocada por lo
que sentías que no viste ni oíste.
Lo intentas, vas
a pedirle perdón y…
… y tus piernas tiemblan al verle de nuevo.
Te ve, te ignora, tú no puedes dejar de mirarle, te quedas quieta, esperando a
que venga, no lo hace, por fin te armas de valor y eres tú la que se acerca.
Tienes miedo a su reacción, crees que se va a mostrar tan indiferente que eso
será como si alguien te apuñalara, pero aún así te acercas. Lo primero que te
ofrece es una sonrisa, tú respiras, y disfrazada de mujer entera, le pides un
minuto para hablar. Él accede y habláis, parece que todo va bien, le pides disculpas,
él las acepta, tú te mueres por besarle, le acaricias la mejilla y él se
deja, tu corazón se hincha, y cuando le vas a decir que por qué no os dais una
nueva oportunidad, él te dice que está con una chica y que va a ser padre. Te
quedas en shock, no sabes qué decir. Esas palabras retumban en tu cabeza y tu
corazón está a punto de resquebrajarse de una manera audible. Él sigue
hablando, ignorando tus sentimientos, te dice que lleva con ella cuatro meses,
que está muy bien y que ser padre es la ilusión de su vida. Tú no quieres oír
más, sientes que vas a desmayarte si sigues oyendo todo eso. Sales de allí,
destrozada, envuelta en un mar de lágrimas y no sabes qué hacer, paras el coche,
llamas a tu amiga y no lo coge. Te vas a casa y te encierras en tu habitación.
No quieres saber nada del mundo. Lloras, no paras de llorar y sentirte la persona más estúpida del mundo, ¡cuatro
meses! Solo un mes después de dejarlo
contigo ya estaba con ella. No puedes asimilarlo, lloras, vuelves a llorar. Le
odias, odias que no te contestara, odias su cinismo, empiezas a quitarte la
puta venda que tenías tapando la realidad, le bajas del altar en el que le
tenías idolatrado, tú no estropeaste nada, tú no
hiciste nada para que él te abandonara. Él
no contestó a tus mensajes, fue un inmaduro y al mes ya tenía a otra mientras
que tú morías por él.
Esa noche duermes a ratos, inquieta, como si
todo a tu alrededor no fuera real. Te levantas a trabajar, estás
sorprendentemente tranquila, una tranquilidad que no has sentido en cinco
meses. Piensas en el día anterior, en sus palabras, pero para tu asombro, el
horrible dolor que sentiste se ha ido. Ahora sientes otra cosa, sigues triste,
pero ya no es por no tenerle, sino por haber perdido el tiempo pensando en él
todos esos meses. Comprendes entonces que era una obsesión, que realmente no
estás enamorada de él, y entonces, sonríes, sonríes porque comprendes que ya ha
pasado todo, que no eres culpable de nada, que él no te merece y por fin… eres
libre.
GIULIA XAIREN
*En
ocasiones hace falta un verdadero desengaño para poder olvidar a una persona y
dejarla de idolatrar, una idolatría que la mente ha creado sola. Idolatría que
la mayoría no se merecen pero que un corazón destrozado insiste en crear,
sumiendo cada vez más su ánimo al más bajo de los niveles. El desamor tiene
varias fases, y la de creerse culpable es una de las más duras, cuando te
abandonan sin un motivo real, aunque tú no hayas hecho nada la culpabilidad
aparece igualmente. Solo buscas una razón, una explicación de por qué todo ha
acabado, y como no te la ofrecen, tu baja autoestima te da la respuesta culpándote
a ti.
Nadie
debe poner en las manos de otros su felicidad. Tenemos que aprender a amarnos a
nosotros mismos para poder tener relaciones sanas y no mantener ni extender
lazos tóxicos. Tenemos que aprender a soltar a quien no nos quiere para poder
ser realmente libres y tener muy presente que es mejor estar sin pareja que con
alguien que te haga sentir que estás en la más profunda soledad.