SOBRE IÚL (documentación)
En esta página podréis conocer algunas curiosidades de la novela, así como interesantes artículos relacionados con los enigmáticos druidas y otros personajes del libro.
NEWGRANGE
(Fragmento de Iúl sobre Newgrange)
«Es un
túmulo. Los túmulos son cámaras funerarias. Están hechas con tierra y piedras
que se erigen sobre una o varias sepulturas, pero exteriormente no parecen
tumbas ni nada que se le parezca, tienen una abertura horizontal en la base del
montículo por la que se accede. Cuando era niña, para mí era una hermosa
montaña verde formando parte de todo lo que había alrededor. Mi abuela me
infundió un gran respeto hacia ello, y siempre que llegaba hasta el túmulo,
permanecía frente a la puerta unos minutos en los que me invadía una clara y
reconfortante serenidad. Las costumbres de mi familia proceden de Irlanda.
Allí, el más famoso de los túmulos está en el condado de Meath, es un conjunto
arquitectónico en el valle del Boyne. Newgrange, ¿has oído hablar de él?
—No, pero sigue, es interesante —comentó.
—Dicen que sus orígenes están datados entre el
3000 y el 2900 a. C, incluso más antiguo que Stonehenge.
—¿Ston... qué?
—Stonehenge —repetí riendo—. Es un monumento
megalítico de la edad de bronce que está en Inglaterra. Mira, ¿te acuerdas de
la película de Brave?, ¿esa que vuelve loca a tu sobrina? —Las películas eran
la especialidad de mi amiga, de modo que siempre recurría a ellas si quería que
se acordara de algo en concreto.
—Sí. La princesa pelirroja que se impone a su
madre y va a ver a una bruja que convierte a su dulce progenitora en un oso.
—Esa. Bueno pues, ¿te acuerdas de las enormes
piedras, formando un círculo a las que el fuego fatuo llevó a la princesita?
Mar asintió.
—Pues Stonehenge, es parecido a eso.
—Ah. ¿Y también hay fuego fatuo de ese, allí?
—Venga ya Mar, ¿no te puedes tomar nada en
serio? El fuego fatuo es un fenómeno natural que produce la tierra en
descomposición.
—Ya, puede ser, o puede que sean las almas de
algunos muertos. Me extraña que tú no creas en eso teniendo sangre irlandesa en
tus venas.
La miré con escepticismo.
—Bueno, pues como te decía. Newgrange
—proseguí respirando hondo—, es el túmulo más famoso de Irlanda. Después de
miles de años, fue descubierto en 1699. Es increíble, porque en todas las
mañanas del solsticio de invierno pasa algo alucinante.
— ¿Se levantan los muertos? —preguntó Mar en
tono tenebroso.
— ¡Y dale con los muertos! —Sacudí la cabeza—.
No, además, no hay muertos. Verás, nunca fueron hallados restos humanos, pero
los expertos insisten en que guarda simples tumbas. Lo alucinante es que en el solsticio
de invierno, la luz penetra por un punto del pasaje y recorre el suelo
iluminando finalmente la cámara funeraria durante exactamente, diecisiete
minutos.
—Uau, ¡qué pasada!
—Sí, lo es. Concretamente, ilumina la triple
espiral que está tallada en su interior»
Parte I
Parte II
STONEHENGE
(Fragmento de Iúl sobre los druidas)
«—¡Qué
bonito es esto! —exclamó albergando con sus brazos el paisaje que nos rodeaba.
Habíamos salido a caminar por el robledal. Era
la primera vez que lo hacía desde que había llegado a Galicia y tocar la hierba
mullida, aunque fuera a través de mis zapatillas, me hacía sentir niña otra
vez.
Cuando llegamos a un lugar que yo consideraba
muy especial fue cuando me di cuenta que el dolor de cabeza había desaparecido.
El altar, solitario, esperaba debajo de un
gran roble.
—¿Qué es esto? —quiso saber Mar.
Su mirada desembocaba en la enorme piedra bajo
el Árbol.
—Los
druidas honran a los dioses con ofrendas, cada entidad es importante, única y,
a cada dios de la naturaleza se le honra individualmente siendo el sol, que
recibe el nombre de Fuego de la Creación, el más importante, porque sin él no
habría luz y por tanto, no existiría la vida. Por eso, los druidas hacen de los
bosques sus Lugares Sagrados. Hay celebraciones muy importantes en el
calendario celta, y cuando acontece una, es aquí donde se festejan.
Sin querer, un retortijón me contorsionó el
estómago recordando la única celebración de ese tipo a la que había asistido.
—Sí, desde que te conozco he leído varias
cosas sobre druidismo, pero se conoce poco de ese tema.
—Así es, los druidas no dejaron nada escrito.
Sus conocimientos se pasaban oralmente. No solo había que saber las palabras
sino saber pronunciarlas correctamente.
—¿No es Julio César quien escribió sobre ellos
en ‘La Guerra de las Galias’?
Asentí.
—César fue gran enemigo de los druidas que
para él, no eran más que meros brujos. Según dejó escrito, todos los celtas,
incluidos los druidas, eran bárbaros e inhumanos, una paradoja teniendo en
cuenta las muertes que ocasionó su ejército por conquistar La Galia. Hay
numerosos escritos antiguos donde no salen muy bien parados que digamos,
algunos de sus autores son, Tácito, Séneca, Lactancio… por mencionar unos
pocos. La poca información que existe, viene directa o indirectamente de las
fuentes romanas. Pero bueno…, un punto a favor es que Diodoro Sículo y
Posidonio de Apamea también escribieron sobre los druidas y dijeron que no eran
salvajes sino filósofos de gran sabiduría. Lástima que los escritos de este
último se hayan perdido, solo quedan unos pocos fragmentos de sus obras. La
conquista de Cesar no llegó a Irlanda, y es por eso, por lo que la mayoría de
las informaciones se dan acerca de los druidas galos y britanos, no de los
irlandeses.»
Los misteriosos filósofos de la Galia
Los druidas
Fuente: National Geographic
Nota: Para ver más fotografías, pincha en la flecha de la imagen.
Magos y brujos en el imaginario colectivo, los druidas eran en realidad filósofos y teólogos. Gracias a su larga y exigente educación, adquirieron un prestigio sin igual en la antigua Galia
, Historia NG nº 121
En la Galia existen filósofos y teólogos respetados a un grado máximo, llamados “druidas” [...] Se les considera como los hombres más justos [...] A menudo reflexionan acerca de los astros y su movimiento, del tamaño del mundo y de la Tierra, del poder de los dioses inmortales y sus aptitudes; transmiten a la juventud todo este saber». Con estas palabras de admiración se refería a los druidas galos uno de los mayores sabios de la Antigüedad, el filósofo Posidonio de Apamea. Tras haberlos conocido de primera mano en un viaje que realizó a la Galia en el año 100 a.C., Posidonio redactó un informe en el que describía a los druidas con palabras griegas inequívocas, como «filósofo» o «teólogo», lejos de la confusa y hoy en día popular imagen que ve a los druidas como sacerdotes de una religión ancestral, magos o incluso hechiceros. Esta opinión no tiene nada de excepcional. Desde el siglo IV a.C., diversos autores griegos utilizaron el mismo término de «filósofos» para referirse a los druidas de la Galia, dándoles de este modo el mismo estatus que tenían los «magos» para los persas. Incluso se preguntaban si los druidas no estaban más avanzados en cuanto a sabiduría. ¿Acaso practicaron la filosofía antes que ellos?
En esa época, el término «druida» ya se conocía en las orillas orientales del Mediterráneo: servía para referirse a «aquellos que mejor ven y perciben lo que vendrá; los que adivinan». En Grecia se comparaba a los druidas con los pitagóricos, los discípulos del gran filósofo y matemático Pitágoras; ambos grupos conformaban, en cierto modo, sectas cerradas, elitistas, que cultivaban el secretismo y prohibían poner por escrito sus enseñanzas, transmitidas oralmente. Al igual que los pitagóricos, los druidas creían en la existencia de un alma inmortal, llamada a reencarnarse perpetuamente. Compartían la predilección por el estudio del universo y los números. Las dos escuelas profesaban una filosofía cuyo objetivo era lograr que las relaciones entre los hombres fueran más armoniosas, dato que presagiaba su intervención en asuntos políticos. Algunos creían que los druidas fueron alumnos del mismo Pitágoras, y otros que éste fue alumno suyo. Lo más probable es que ni Pitágoras ni los druidas hayan tenido jamás contacto, aunque es posible que los colonos foceos establecidos en Marsella hubieran servido de intermediarios entre ambas escuelas. Con todo, los sabios galos fueron considerados grandes intelectuales tres o cuatro siglos antes de la conquista romana de la Galia.
En esa época, el término «druida» ya se conocía en las orillas orientales del Mediterráneo: servía para referirse a «aquellos que mejor ven y perciben lo que vendrá; los que adivinan». En Grecia se comparaba a los druidas con los pitagóricos, los discípulos del gran filósofo y matemático Pitágoras; ambos grupos conformaban, en cierto modo, sectas cerradas, elitistas, que cultivaban el secretismo y prohibían poner por escrito sus enseñanzas, transmitidas oralmente. Al igual que los pitagóricos, los druidas creían en la existencia de un alma inmortal, llamada a reencarnarse perpetuamente. Compartían la predilección por el estudio del universo y los números. Las dos escuelas profesaban una filosofía cuyo objetivo era lograr que las relaciones entre los hombres fueran más armoniosas, dato que presagiaba su intervención en asuntos políticos. Algunos creían que los druidas fueron alumnos del mismo Pitágoras, y otros que éste fue alumno suyo. Lo más probable es que ni Pitágoras ni los druidas hayan tenido jamás contacto, aunque es posible que los colonos foceos establecidos en Marsella hubieran servido de intermediarios entre ambas escuelas. Con todo, los sabios galos fueron considerados grandes intelectuales tres o cuatro siglos antes de la conquista romana de la Galia.
El origen de los druidas
¿Cómo pudieron aparecer los druidas de forma tan precoz en ese mundo galo que nos parece tan oscuro y arcaico? La comparación con las demás civilizaciones de las orillas del Mediterráneo nos aporta una explicación. Aquí y allá hubo entonces hombres que se dedicaron al estudio astronómico, probablemente con una finalidad adivinatoria. Lo mismo hicieron los druidas, que muy pronto pudieron crear un calendario basado en el doble recorrido del sol y de la luna. Tal realización fue el resultado de una constante observación de los astros durante siglos, una práctica que los familiarizó primero con el cálculo, luego con la geometría y, por último, con las ciencias en general. Todos estos conocimientos hicieron que, en un mundo dominado por unas élites aristocráticas ocupadas en hacer la guerra, se considerara a los druidas como grandes sabios que debían ser respetados y escuchados. Fue así como, a partir del siglo V a.C., los druidas alcanzaron una posición preeminente en los asentamientos galos. Así lo atestiguaba el filósofo Dion Crisóstomo: «Los druidas dominan el arte adivinatorio así como todas las ciencias. Los reyes no pueden tomar decisiones sin su consentimiento. También cabe decir que ellos son los que mandan y que los reyes son sus ministros, los servidores de su sabiduría; éstos se sientan sobre tronos de oro, viven en hermosas casas y gozan de suntuosos banquetes».
Entre el siglo V y II a.C., el paisaje de la Galia se transformó por completo. Carreteras y vías fluviales la atravesaron en todas direcciones, y la agricultura y la ganadería se desarrollaron de forma espectacular, así como la artesanía sobre madera y la metalurgia. En este desarrollo tuvo mucho que ver la influencia griega, a través de los comerciantes y colonos que llegaron a las costas de la Galia, hasta tal punto que los galos llegaron a ser conocidos por sus vecinos como «filohelenos». Fue una «edad de oro» en la historia de la Galia, una época mítica en la que los sabios druidas gobernaban la comunidad si no políticamente, sí espiritualmente.
Entre el siglo V y II a.C., el paisaje de la Galia se transformó por completo. Carreteras y vías fluviales la atravesaron en todas direcciones, y la agricultura y la ganadería se desarrollaron de forma espectacular, así como la artesanía sobre madera y la metalurgia. En este desarrollo tuvo mucho que ver la influencia griega, a través de los comerciantes y colonos que llegaron a las costas de la Galia, hasta tal punto que los galos llegaron a ser conocidos por sus vecinos como «filohelenos». Fue una «edad de oro» en la historia de la Galia, una época mítica en la que los sabios druidas gobernaban la comunidad si no políticamente, sí espiritualmente.
Druidas, vates, bardos...
Aquélla fue precisamente la razón de que el filósofo y científico griego Posidonio de Apamea quisiera visitar la Galia en torno al año 100 a.C. Posidonio llevó a cabo una serie de investigaciones geográficas, históricas y meteorológicas, pero sobre todo afirmó haber conocido a los druidas, de los que dejó una descripción muy precisa. Aunque no se ha conservado el original de su obra, ésta fue copiada o resumida por Julio César, Diodoro de Sicilia y Estrabón. Sabemos así que, además de los druidas, existían otras dos órdenes de religiosos que se ocupaban de los asuntos sagrados. De las dos, los bardos eran los más conocidos. En su origen, estos poetas inspirados cantaban sus obras mientras tocaban una lira de siete cuerdas que producía una cautivadora música melódica. Su palabra era sagrada, incluso se consideraba que estaba directamente inspirada por los dioses, y disponían de un poder considerable sobre la población.
Los bardos actuaban como auténticos censores de la sociedad, dedicaban elogios a algunos personajes y les ayudaban a ocupar cargos políticos, mientras que a otros les dirigían crueles sátiras que podían acabar con sus carreras. Los druidas, que reivindicaban el conocimiento exclusivo de los dioses y del universo, los consideraban sus rivales y se enfrentaron a ellos, al parecer con cierto éxito: cuando Posidonio viajó a la Galia, los bardos ya no eran más que bufones a sueldo de unos cuantos aristócratas adinerados. Los vates, por su parte, llamados «ovates» o «eubagos», constituían una tercera orden religiosa entre los galos. De origen muy antiguo, practicaban la adivinación mediante el sacrificio de animales e incluso a veces de seres humanos. Pero los druidas también los fueron suplantando progresivamente. Es probable que los vates se dedicasen más tarde a oficiar el culto público.
Así pues, los druidas pretendían ser los únicos intermediarios entre los hombres y los dioses. Como inventores del calendario, eran ellos quienes decidían las fechas de las fiestas religiosas; como teólogos, sólo ellos podían conocer la naturaleza de los dioses, sus deseos y la manera de honrarlos. Esa posición clave en la práctica del culto les permitió impulsar una profunda reforma de la vida religiosa en la Galia antes de la conquista romana.
Los bardos actuaban como auténticos censores de la sociedad, dedicaban elogios a algunos personajes y les ayudaban a ocupar cargos políticos, mientras que a otros les dirigían crueles sátiras que podían acabar con sus carreras. Los druidas, que reivindicaban el conocimiento exclusivo de los dioses y del universo, los consideraban sus rivales y se enfrentaron a ellos, al parecer con cierto éxito: cuando Posidonio viajó a la Galia, los bardos ya no eran más que bufones a sueldo de unos cuantos aristócratas adinerados. Los vates, por su parte, llamados «ovates» o «eubagos», constituían una tercera orden religiosa entre los galos. De origen muy antiguo, practicaban la adivinación mediante el sacrificio de animales e incluso a veces de seres humanos. Pero los druidas también los fueron suplantando progresivamente. Es probable que los vates se dedicasen más tarde a oficiar el culto público.
Así pues, los druidas pretendían ser los únicos intermediarios entre los hombres y los dioses. Como inventores del calendario, eran ellos quienes decidían las fechas de las fiestas religiosas; como teólogos, sólo ellos podían conocer la naturaleza de los dioses, sus deseos y la manera de honrarlos. Esa posición clave en la práctica del culto les permitió impulsar una profunda reforma de la vida religiosa en la Galia antes de la conquista romana.
Templos y banquetes
Con los druidas, la religión ya no se limitó a la esfera privada, sino que adquirió una función social y política. Sus conocimientos en astronomía y geometría les permitieron levantar majestuosos santuarios para la comunidad, equivalentes a los templos griegos y romanos. Los fieles dejaron de ser simples individuos para convertirse en comensales que compartían la carne con los dioses en el marco de grandes banquetes. Muy apreciados por los guerreros, estos festines revestían una forma tanto religiosa como política. Así, se invitaba a los guerreros a ofrecer a los dioses la mayor parte del botín de guerra y, a cambio, los druidas los declaraban ciudadanos de pleno derecho.
Los druidas convencieron a los galos de que abandonaran los sacrificios humanos; en el caso de los criminales, eran ejecutados después de procesos en los que los druidas actuaban como jueces. En cuanto a las ofrendas a los dioses, adoptaban dos formas: el sacrifico de animales domésticos – buey, cerdo, cordero– y la ofrenda de armas y objetos preciosos. También cambió la imagen de los dioses, la concepción del universo y el destino del hombre. El extraño panteón de los galos que nos transmite Julio César en su Guerra de las Galias, en un pasaje copiado sin duda de Posidonio, es el de los druidas tal como éstos lo expusieron al viajero griego: «La divinidad que más adoran es Mercurio… Luego vienen Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, de los cuales tienen una concepción semejante a la de las otras naciones». Estos dioses prodigaban sus virtudes a los hombres para hacerlos más sociables y acogedores con los extranjeros y, sobre todo, con los mercaderes.
Los druidas convencieron a los galos de que abandonaran los sacrificios humanos; en el caso de los criminales, eran ejecutados después de procesos en los que los druidas actuaban como jueces. En cuanto a las ofrendas a los dioses, adoptaban dos formas: el sacrifico de animales domésticos – buey, cerdo, cordero– y la ofrenda de armas y objetos preciosos. También cambió la imagen de los dioses, la concepción del universo y el destino del hombre. El extraño panteón de los galos que nos transmite Julio César en su Guerra de las Galias, en un pasaje copiado sin duda de Posidonio, es el de los druidas tal como éstos lo expusieron al viajero griego: «La divinidad que más adoran es Mercurio… Luego vienen Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, de los cuales tienen una concepción semejante a la de las otras naciones». Estos dioses prodigaban sus virtudes a los hombres para hacerlos más sociables y acogedores con los extranjeros y, sobre todo, con los mercaderes.
Los primeros científicos
Según los relatos de Posidonio, los druidas profesaban una forma de panteísmo: identificaban la divinidad con el cosmos entero y los hombres participaban en el ciclo perpetuo de la naturaleza. Sólo importaba la pureza del alma. Todo lo demás, la vida terrenal y sus muestras materiales, carecía de valor alguno. Por ello, los galos nunca dejaron monumentos u obras de arte que testimoniasen su ingenio.
Los druidas pusieron su talento al servicio del conocimiento en ámbitos muy variados. Posidonio nos revela que se dedicaban principalmente a la «fisiología», es decir a las ciencias naturales, la física, la química, la geología, la botánica y la zoología. Como los griegos, los druidas especulaban sobre la composición de la materia y trataban de aislar sus principales componentes: el aire, el agua y el fuego. Imaginaron un fin del mundo que se produciría por la separación de estos tres elementos y acabaría con el dominio absoluto del fuego y del agua. Sin embargo, este fin del mundo se inscribía en un ciclo perpetuo de renacimiento y destrucción. Según Plinio el Viejo, los druidas clasificaron las especies vegetales y animales y estudiaron los usos que el hombre podía darles. En cuanto a la farmacopea, cabe destacar que los galos atribuyeron al muérdago numerosas propiedades, y las investigaciones actuales han demostrado que esta planta posee grandes poderes terapéuticos, sobre todo en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer.
Los druidas destacaron también en el campo del arte. En particular, las composiciones del llamado estilo plástico revelan una espiritualidad que sólo podía provenir de una élite intelectual que reflexionaba acerca del papel de la imagen. Por otra parte, su saber también tuvo aplicaciones prácticas. En el campo de la agricultura desarrollaron, por ejemplo, el abono con estiércol, mientras que en el de la metalurgia cabe atribuirles la invención del hierro forjado y de la hojalata.
Los druidas pusieron su talento al servicio del conocimiento en ámbitos muy variados. Posidonio nos revela que se dedicaban principalmente a la «fisiología», es decir a las ciencias naturales, la física, la química, la geología, la botánica y la zoología. Como los griegos, los druidas especulaban sobre la composición de la materia y trataban de aislar sus principales componentes: el aire, el agua y el fuego. Imaginaron un fin del mundo que se produciría por la separación de estos tres elementos y acabaría con el dominio absoluto del fuego y del agua. Sin embargo, este fin del mundo se inscribía en un ciclo perpetuo de renacimiento y destrucción. Según Plinio el Viejo, los druidas clasificaron las especies vegetales y animales y estudiaron los usos que el hombre podía darles. En cuanto a la farmacopea, cabe destacar que los galos atribuyeron al muérdago numerosas propiedades, y las investigaciones actuales han demostrado que esta planta posee grandes poderes terapéuticos, sobre todo en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer.
Los druidas destacaron también en el campo del arte. En particular, las composiciones del llamado estilo plástico revelan una espiritualidad que sólo podía provenir de una élite intelectual que reflexionaba acerca del papel de la imagen. Por otra parte, su saber también tuvo aplicaciones prácticas. En el campo de la agricultura desarrollaron, por ejemplo, el abono con estiércol, mientras que en el de la metalurgia cabe atribuirles la invención del hierro forjado y de la hojalata.
Un poder en la sombra
Los druidas estaban muy implicados en la vida política de su sociedad. Eran los únicos que poseían los recursos intelectuales y técnicos suficientes para llevar a buen término negociaciones y redactar tratados, entre otras cosas. Establecieron las primeras leyes y prepararon las constituciones de algunos pueblos galos, como es el caso de los eduos, entre quienes los druidas supervisaron el nombramiento de sus magistrados. Gozaban asimismo de un estatus cívico privilegiado: no tenían que pagar impuestos ni cumplir con ningún tipo
de obligación militar. Además, su influencia no se limitaba sólo a los distintos pueblos-Estado, sino que se extendó al conjunto del territorio que progresivamente se fue convirtiendo en una realidad geográfica y política: la Galia.
Muy pronto, los druidas repartidos por la región céltica y por Bélgica se federaron. Cada año se reunían en una gran asamblea y debatían sobre cuestiones teológicas, pero también sobre los últimos avances científicos. Se elegía a un Gran Druida, el equivalente a un jefe político, que conservaba dicho título honorífico hasta su muerte. El lugar de la asamblea se situaba en el centro de la Galia; en el siglo II a.C. –el momento en el que la Galia alcanzó su extensión máxima, desde la desembocadura del Rin hasta los Pirineos, desde el océano hasta el extremo de la meseta suiza– los druidas se reunían en tierras de los carnutos, cerca de la actual ciudad de Orleans. En el curso de esta gran asamblea, los druidas impartían justicia; y los pueblos que se comprometían a acatar las decisiones tomadas a un nivel superior, ya nacional, acudían allí a exponer sus desavenencias.
de obligación militar. Además, su influencia no se limitaba sólo a los distintos pueblos-Estado, sino que se extendó al conjunto del territorio que progresivamente se fue convirtiendo en una realidad geográfica y política: la Galia.
Muy pronto, los druidas repartidos por la región céltica y por Bélgica se federaron. Cada año se reunían en una gran asamblea y debatían sobre cuestiones teológicas, pero también sobre los últimos avances científicos. Se elegía a un Gran Druida, el equivalente a un jefe político, que conservaba dicho título honorífico hasta su muerte. El lugar de la asamblea se situaba en el centro de la Galia; en el siglo II a.C. –el momento en el que la Galia alcanzó su extensión máxima, desde la desembocadura del Rin hasta los Pirineos, desde el océano hasta el extremo de la meseta suiza– los druidas se reunían en tierras de los carnutos, cerca de la actual ciudad de Orleans. En el curso de esta gran asamblea, los druidas impartían justicia; y los pueblos que se comprometían a acatar las decisiones tomadas a un nivel superior, ya nacional, acudían allí a exponer sus desavenencias.
El inevitable declive
El extraordinario prestigio que rodeó a los druidas no duró eternamente. Su misma implicación en los asuntos políticos, diplomáticos y judiciales les hizo perder su carisma espiritual ante sus compatriotas. Pero lo que les afectó más profundamente fue la creciente influencia de la cultura romana. La invasión de productos de lujo a través de los comerciantes romanos cambió los hábitos de la aristocracia indígena y fue erosionando las creencias tradicionales de los galos, incluida la fe en el poder de los druidas. Es característico el caso del eduo Diviciaco, único druida cuyo nombre conocemos. Como primer magistrado de su ciudad colaboró activamente en la conquista romana y se hizo amigo de César, pero puso el mayor empeño en ocultarle su oficio; al contrario que sus lejanos predecesores, probablemente no se enorgullecía de él, pese a que su educación druídica le había permitido convertirse en un experto de la adivinación a través de los números.
Con la conquista romana, los adversarios de César fueron eliminados y gran parte de la nobleza asimiló los valores de Roma. Los últimos druidas auténticos acabaron desapareciendo. Los que reivindicaron ese título algunas décadas o siglos después no eran ya sino adivinos o brujos de poca monta. Ninguno había recibido la estricta educación oral que había sido el secreto de los druidas: veinte años de estudios en los que los aspirantes a druida adquirían el inmenso conocimiento de sus mayores.
***
Poca información de primera mano sobre los druidas y sus atributos ha llegado hasta nosotros. Sus enseñanzas se transmitían fundamentalmente por tradición oral. Según la opinión de diversos autores, entre ellos Peter Berresford Ellis, autor del libro Druidas, el espíritu del mundo celta, se hacía así para evitar que cayeran en manos equivocadas.
Por esta precaución a la hora de preservar la sabiduría druídica, el conocimiento que de ella se tiene procede, en gran medida, de fuentes externas, principalmente griegas y romanas.
Prejuicios culturales en las fuentes historiográficas
Hay que tener en cuenta, a la hora de enfrentar el estudio de una determinada cultura a través de la visión de otra (y más cuando esa otra es conquistadora de la primera), que la información trasmitida puede estar desvirtuada, por una parte, por los propios valores del pueblo que escribe y, por otra, para justificar el propio acto de la conquista.
Tanto griegos como romanos consideraban a la cultura celta bárbara e inferior a la suya. Por este motivo, especialistas en el estudio de esta cultura, como Berresford, advierten que se debe ser cauteloso a la hora de admitir sin cuestionarse la información recogida en sus fuentes, sin que ello suponga negar el incuestionable valor testimonial de las mismas.
Los druidas en los textos clásicos
Uno de los primeros autores clásicos en hablar de los celtas fue Posidonio de Apamea, prolífico científico y filósofo de origen griego. Otra autoridad en el estudio de los druidas fue Timagenes. Ambos influyeron en gran medida en la obra de autores posteriores, destacando entre ellos Estrabón y Diodoro Sículo.
Estrabón, geógrafo e historiador griego del siglo I a.C, se mostró especialmente crítico con la cultura celta refiriendo prácticas salvajes como la de llevarse a casa la cabeza de los enemigos muertos en batalla.
Diodoro Sículo fue un historiador griego de Sicilia de la misma época. En sus obras hace referencia a la gran veneración que se tenía a los druidas en su cultura y divide la intelectualidad celta en tres grupos:
- Los Druids, que enseñaban el arte de la guerra y que disponían de poderes mágicos
- Los Bairds, o bardos que eran responsables de la tradición oral
- Los Filidhs, o videntes que predecían el futuro
Esta separación aparece también reflejada en otros autores de la época aunque a veces no está muy clara.
Julio César y la Guerra de las Galias
No obstante, es posible que la información más extensa sobre los celtas se obtenga de Julio César, el general romano conquistador de la Galia que pasó mucho tiempo entre ellos durante sus esfuerzos por conquistarlos.
Fruto de esto es su obra La Guerra de las Galias, una importante fuente de información tanto de los acontecimientos bélicos como de la cultura celta. Su visión se refiere a los celtas que habitaban esta zona, aunque sus impresiones son extrapolables a todas las comunidades celtas.
De hecho, él mismo cita en su obra: "Se cree que la doctrina druídica fue encontrada enBritania y desde allí fue importada a la Galia; aún hoy aquellos que quieren hacer un profundo estudio de la misma van generalmente a Britania para este propósito".
A pesar de su parcialidad y de la declarada hostilidad hacia la cultura celta, posiblemente motivada por el esfuerzo que le costó conquistarla, César aporta información de gran valor dejando claro el prestigio de los druidas en todos los asuntos públicos y privados, nombrando a toda la clase intelectual de los galos como "druidas".
La obra de Plinio el Viejo y el enigma de los bosques
Vivió en el siglo I d.C. En su obra más importante, Naturalis Historia, ofrece uno de los informes más completos de todos los que se conservan sobre los druidas, presentándolos como científicos naturales, doctores de medicina y magos.
Es el primero que cita la relación de los druidas con los bosques de roble y el muérdago. Destaca el hecho de que este tema no aparezca recogido en escritos anteriores a Plinio, aunque sí en posteriores como en los de Tácito o Plinio el Joven.
Hay diversas explicaciones a este hecho. Algunos especialistas hablan de la posibilidad de que estos autores atribuyesen a los druidas celtas prácticas observadas a lospueblos germánicos. Otros opinan que los druidas, una vez prohibidas sus prácticas por los conquistadores romanos, se adentraron en los bosques para continuar allí con ellas, iniciando de esta manera su relación con este medio.
Los druidas celtas en textos alejandrinos
En Alejandría, autores griegos como Dión Crisóstomo, con menor influencia romana, emplean un tono menos crítico al referirse a los druidas. Se los compara con los pitagóricos y se habla de ellos como filósofos, destacando sus avances en diversas ramas de la sabiduría.
Tanto unos como otros han permitido una aproximación al conocimiento del druida como personaje histórico, más allá del halo de misterio con el que parece estar envuelto en nuestros días.
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